CUC vs. dólar: ¿el gravamen perpetuo?
Por Jeovany Jimenez Vega.
Desde el pasado viernes 29 de mayo Cuba quedó excluida de la lista de países patrocinadores del terrorismo en la cual le incluía Washington desde 1982, pues consideraba como tal que el gobierno antillano hubiera cobijado durante décadas a militantes del grupo extremista vasco ETA, a guerrilleros de las FARC colombianas y a más de un prófugo de la justicia estadounidense. Su inclusión en esa lista implicó para la dictadura cubana una negativa sistemática de la banca internacional a operar en Cuba y a realizar sus transacciones financieras, y engrana con la más amplia política de embargo estadounidense que no permitió hasta ahora que Cuba utilizara dólares en sus transacciones comerciales bajo riesgo de confiscación de cobros y pagos.
En lo particular, la inclusión de Cuba en esta lista nunca me dio ni frío ni calor. Ello siempre me pareció intrascendente contrastado frente a una realidad que nos circunda de forma más inmediata a los vecinos de Liborio, con múltiples y elocuentes ejemplos de lo que sin temor a excesos podríamos definir como una política de Terrorismo Doméstico de Estado: esa hostilidad absoluta, abierta y nunca disimulada, perpetrada inmisericordemente por la gerontocracia de La Habana contra todo lo que implique bienestar personal y prosperidad para la familia cubana.
Pienso en una larga cadena de medidas antipopulares, tomadas por el gobierno de los Castro para mantener al pueblo en una insolvencia económica perpetua, limítrofe con la indigencia, de modo que la constante premura de procurarse un plato de comida no le deje ánimo ni tiempo para “peligrosos” gestos de civismo. Esta absurda política estatal, impuesta frente a nuestros insultantes salarios, nos somete al precio exorbitante del combustible en las gasolineras a pesar del desplome del petróleo en el mercado mundial, a la aplicación de una tarifa eléctrica que al menor descuido nos defalca y al soez aumento del precio del gas licuado. Continúan vigentes las tasas de cambio fijadas arbitrariamente por CADECA, la execrable extorsión a mano armada en las aduanas, las constantes zancadillas contra el sector trabajador por cuenta propia y el impúdico rol de proxeneta de quienes explotan al colaborador médico en el extranjero. Todas estas medidas fueron dictadas desde La Habana, y hacen palidecer ante nuestros ojos cualquier otra lista de villanías.
Precisamente sobre esta inmemorial política de avasallamiento se engranó desde 1994 el arbitrario gravamen que por sus reverberantes testículos Fidel Castro impuso al dólar estadounidense frente a su sacrosanto CUC criollo, medida que de la noche a la mañana disminuyó oficialmente en un 20% el poder adquisitivo de todo aquel que recibió durante las últimas dos décadas dinero enviado por su familia emigrada desde las más variadas latitudes –esto devenido hace años, por cierto, en un jugoso mecanismo de ingresos para la isla.
Desde el 8 de noviembre de 1994 la Resolución 80, emitida por el Banco Central de Cuba, estableció que el dólar estadounidense tendría un gravamen del 10 % en el cambio con respecto al peso convertible cubano (CUC). Más tarde, en abril de 2005 el Acuerdo No.15 del Comité de Política Monetaria reevalúo en otro 8% la tasa de cambio del CUC frente al dólar y demás monedas extranjeras, por lo cual, desde entonces, para cambiar un dólar en Cuba usted deberá tener en cuenta tres factores: el gravamen implementado por la Resolución 80, del 10%, la apreciación anunciada en el Acuerdo No.15 del Comité de Política Monetaria, del 8%, y el margen comercial que aplica CADECA a este tipo de transacciones, mantenido alrededor del 3,5%. Con estos elementos puede calcular que por cada $100.00 USD usted recibirá en CADECA aproximadamente $80.42 CUC.
Pero definitivamente estos dictados, a modo de bumerang, cobraron su factura: además de coadyuvar a la compleja distorsión de su sistema financiero interno, no pudo menos que tener un negativísimo impacto en la afluencia de turismo en medio de este exótico Caribe, espléndido en bellas playas y ofertas más competitivas, hacia las que derivaron durante este período millones de vacacionistas no dispuestos a pagar este tributo de estafa.
Muchas consecuencias inmediatas podrá tener ahora la retirada del Gobierno cubano de esa lista negra, pero especialmente una es la que me ocupa hoy porque es la que más inmediatamente dirigida está al bolsillo de nuestra familia en Cuba, y me pregunto: ante la inminencia de que Cuba podrá hacer libres transacciones internacionales con el dólar estadounidense –y dado que este fue el principal argumento utilizado– ¿derogará ahora el Gobierno cubano ese oneroso gravamen de la moneda del norte en favor del CUC? ¿Se atrevería la desvergonzada cúpula verdeocre a mantener ese impúdico modo de extorsión masiva, contra viento y marea, a pesar del nuevo cambio de clave?
Revocar este gravamen está indisolublemente ligado hoy a la más de una vez anunciada, y muchas veces postergada, unificación monetaria. Ahora los dictadores tendrán que poner en una balanza de un lado su indiscutida vocación retrógrada de explotar al pueblo cubano por todos los medios posibles y de propiciar todo lo que conduzca a su ruina e insolvencia, y por otro la necesidad ya advertida por los “estudiosos” del tema de sincronizar con un realismo al menos creíble a primera vista su sistema financiero de cara a los organismos internacionales, la banca y los futuros inversores, condición sin la cual aumentaría la ya muy recelosa percepción de riesgo de más de un empresario, cuyo intuitivo olfato no termina por confiarse del todo de las “buenas intenciones” de Raúl Castro. Demasiadas historias de escamoteos y estafas se escuchan para que así no sea.
Pero en fin, si el Gobierno cubano conservara todavía una partícula de vergüenza derogaría hoy mismo este impopular y abominable gravamen que de manera tan negativa ha incidido sobre el bienestar del denostado pueblo cubano, y dejaría de considerar nuestra pobreza como su principal recurso, como el indigno pedestal sobre el que se ha sostenido durante más de medio siglo la más larga y refinada dictadura que América haya conocido.