El testimonio de dos médicos cubanos que fueron inhabilitados para el ejercicio de su profesión durante más de cinco años por canalizar ante su Ministerio inquietudes salariales de 300 profesionales de la Salud Pública. El Dr. Jeovany Jimenez Vega autoriza y agradece la divulgación de toda opinión o artículo suyo aquí publicado.

Archivo para diciembre, 2021

La soberbia como filosofía; la brutalidad como divisa.

Dr. Alexander Jesús Figueredo Izaguirre, inhabilitado para el ejercicio de la Medicina en Cuba.

Muy mal anda un país donde cualquier ciudadano puede ser impunemente castigado por ejercer su derecho a hablar con libertad, algo opuesto a las normas constitutivas que han sido pilares de la democracia durante los últimos 25 siglos. Cuando esta aberración se convierte en una práctica frecuente podemos asegurar con certeza que estamos ante una sociedad fallida y un pésimo gobierno; pero cuando el abuso de poder se convierte en un hábito crónico que constantemente amenaza a todos, entonces estamos en presencia de una aberrante dictadura. Este es, sin duda, el caso del castrismo.

Pero si muy mal anda semejante país ¿cuán más triste o perturbador será que a un médico se aplique la sanción más extrema, la inhabilitación para el ejercicio de su profesión, por razones ajenas a su desempeño profesional?; pero además con la inexcusable agravante de hacerlo en medio de la peor crisis sanitaria de su historia. Y no hablo ya en abstracto, me refiero ahora de un caso real, recién acaecido bajo los resabios tardocastristas de Miguel Díaz-Canel.

Hace unos días el Dr. Alexander Jesús Figueredo Izaguirre fue inhabilitado para el ejercicio de la Medicina por emitir en su red social juicios críticos contra el desgobierno que arruina a millones de conciudadanos. Algún neófito en el tema cubano podría presuponer aquí un malentendido pero se le disiparán las dudas en cuanto sepa que algo así ya ha sucedido antes: en 2006 dos médicos artemiseños también fuimos definitivamente inhabilitados por algo tan natural y simple como dirigir una demanda salarial firmada por un grupo de colegas al entonces Ministro de Salud Pública José Ramón Balaguer, o que antes había sido proscrito el Dr. Darsi Ferrer Ramírez, muerto en 2017 en La Florida bajo muy extrañas circunstancias, o cuando conozca que el Dr. Eduardo Cardet, coordinador nacional del Movimiento Cristiano Liberación, cumplió tres años de condena en las prisiones de Fidel Castro.

Constan además en esta penosa secuela de la dictadura otros casos renombrados, como el de la Dra. Hilda Molina, desterrada en Argentina, o el de otros análogos aunque menos conocidos, contados por decenas, así como de otros miles de colegas castigados sin clemencia por abandonar leoninos contratos de trabajo en alguna de las Misiones Médicas oficiales mantenidas por el régimen cubano en medio planeta y que le han reportado cientos de miles de millones de esos sucios, convertibles e imperialistas dólares tan enemigos como bien degustados por el paladar castrista.

Por todo esto en el Día de la Medicina Latinoamericana indignó tanto que las autoridades sanitarias cubanas intentaran otra vez disimular con oropelados homenajes la crudísima realidad vivida durante los 365 días del año por decenas de miles de trabajadores y profesionales de todas las ramas médicas en una Cuba que más que vivir agoniza bajo la bota avasalladora de la dictadura. De nada habrán servido vacuas palabrerías si los mismos trabajadores presentados ante el mundo como panacea salvadora cuando son exportados como parte de la Henry Reeve se vuelven de repente en unos vagos irresponsables por obra y gracia de un Primer Ministro en cuanto el régimen pretende lavarse las manos para evadir su obvia responsabilidad en la desastrosa gestión de la crisis COVID –escandalosa fue la reacción de las autoridades ante la valiente denuncia de decenas de médicos holguineros– y mientras tanto se continúa tratando al colaborador en el extranjero como un auténtico esclavo moderno.

Para sepultar esta ultrajante verdad el régimen de La Habana se ha empeñado durante el reinado de Raúl Castro antes, y durante la patética bufonada de Díaz-Canel después –ya que Fidel Castro ni siquiera lo intentó– exportando una imagen de cambio y renovación que jamás ha sido ni sincera, ni efectiva, ni real en ningún sentido, pues siempre ha buscado maquillar su crimen, ganar tiempo y dilatar tanto como sea posible la llegada de auténticas reformas que sí tambalearían los cimientos de un totalitarismo de probadísima eficacia.

Queda demostrado que bajo el castrismo cualquier anuncio de cambio deberá ser entendido como parte de un amplio espectro de simulación, una cínica maniobra dilatoria más; puro efecto vitrina. Han pasado 15 años desde aquella perturbadora experiencia que fracturó mi vida, pero ya desde antes y a lo largo de estos lustros se ha mantenido como inalterable línea continua la naturaleza intolerante y mezquina de un régimen miserable que en nada ha cambiado su tiránica esencia.

¿De qué cambios hablan cuando nuevos rostros visibles portan su mascarada y otros sicarios perpetran el mismo trabajo sucio, cuando nuevos perros amenazan a estas presas con la misma arrogancia y la misma brutalidad como telón de fondo? Sirvan estos recientes botones de muestra como definitiva prueba, estas vidas rotas como daños colaterales que apenas le quitarán el sueño a los tiranos. Después de todo ¿qué importará una raya más en la ensangrentada piel del tigre? Nada, según la soberbia lógica del César.