El testimonio de dos médicos cubanos que fueron inhabilitados para el ejercicio de su profesión durante más de cinco años por canalizar ante su Ministerio inquietudes salariales de 300 profesionales de la Salud Pública. El Dr. Jeovany Jimenez Vega autoriza y agradece la divulgación de toda opinión o artículo suyo aquí publicado.

Archivo para octubre, 2016

La impunidad mundial de la dictadura: ¿un obstáculo insalvable?

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Por Jeovany Jimenez Vega.

Apenas se habían enfriado las turbinas del Air Force One después de la histórica visita del Presidente de Estados Unidos a La Habana, y ya el canciller cubano Bruno Rodríguez anunciaba la reacción oficial del Gobierno de Raúl Castro, que en menos palabras aquí parafraseo: “La visita del Presidente Obama fue un ataque a la nación cubana”. Luego, durante los meses siguientes Abel Prieto también se erigió en autorizado vocero con relación a la dinámica estrenada –sólo públicamente– por la Plaza de la Revolución frente a la Casa Blanca. De este modo, desde su posición de Ministro de Cultura este gendarme de nueva generación del inmovilismo castrista, a la vez que deja claro que La Habana sigue sin creer en lágrimas, ha evitado a su jefazo el General-Presidente hacer declaraciones demasiado frontales personalmente que tal vez le resulten algo incómodas en medio de la fase edénica del idilio.

Como es evidente, Raúl Castro y compañía han optado por la vieja táctica de mantener las cosas elocuentemente claras, mediante inequívocas declaraciones de funcionarios-voceros destinados con este fin, sobre cuál sigue siendo su postura –entiéndase la más vertical intransigencia– a la vez que se han evadido, siempre que ha sido posible, las declaraciones directas del General –bien aconsejado al respecto y consciente de su escaso carisma personal, su rescindida oratoria y su limitadísima capacidad de convencimiento.

Pero Abel Prieto –ahora versado en actos de repudio junto a la chusma “no gubernamental” desde la Cumbre de Panamá– como tantos otros papagayos oficiales –incluido Bruno Rodríguez, por si él mismo no lo sabía– no son más que peones fácilmente prescindibles, por eso nunca valdrá la pena detenerse en personajillos como estos; mejor dejemos a un lado el ardid del mensajero para dilucidar mejor la esencia del mensaje.

Cuando el establishment político de los Castro equipara el empoderamiento del pueblo cubano con un ataque a su gubernatura no hace más que develar el auténtico carácter de sus intenciones reales, que nunca han sido otras que mantenerse a ultranza en el poder, a cualquier precio, cueste lo que cueste, y para eso han empleado consumadamente todo medio posible, no importa cuán desatinado, improcedente, ilegal, inmoral o mezquino haya podido llegar a ser.

En ese desmedido afán del clan Castro por mantener el poder a toda costa no habría nada de malo de no ser por el simple y medular hecho de que todas y cada una de las fórmulas concebidas para así lograrlo pasan por mantener a este pueblo sumido en la más grotesca pobreza. Para constatarlo bastará con releer las conclusiones del recién realizado VII Congreso del Partido Comunista de Cuba.

Por eso cada propuesta de Estados Unidos, o de cualquier otro gobierno o entidad, siempre encontrará la más hermética reticencia del Gobierno cubano si incluye cualquier posibilidad de traer prosperidad a mi pueblo, porque la dictadura cubana precisa de nuestras carencias materiales y de nuestras miserias espirituales para sobrevivir como precisa el gusano de su pútrida carroña.

El asunto es bastante simple: los represores saben muy bien que sería mucho más difícil someter a un pueblo económicamente solvente, henchido de pujantes y elevados planes y por lo mismo más consciente de sus potencialidades. Como es natural, a un pueblo así se le dibujaría nítidamente un futuro más promisorio, y anhelaría enseguida esa otra Cuba hoy apenas sospechada, plagada de oportunidades, ese mismo futuro que por más de medio siglo ha secuestrado este infame engendro de los Castro.

Para evitar la llegada de una Cuba semejante el régimen despliega en las calles de mi país, cada día con mayor encono, todo un ejército de esbirros y vulgares represores que amedrentan, amenazan o golpean impunemente a disidentes y acosan incluso a sus familiares y amigos, que apalean y detienen arbitrariamente a opositores pacíficos o los encarcelan sin cargos durante meses o años, que asedian la sede de organizaciones cívicas independientes, allanan viviendas y confiscan bienes personales por el hecho apenas natural de que alguien ha decidido ejercer su auténtico derecho de reunión y a la libre expresión de pensamiento.

En cierto sentido sería incontestable la lógica que sostiene la política de apertura de la administración Obama con relación a La Habana: a mayor empoderamiento del pueblo, mayores posibilidades tendrá de conquistar sus libertades políticas. Pero hay un detalle esencial, un escollo imposible de desestimar interpuesto en el camino: la absoluta impunidad que parece haberle otorgado el mundo a la dictadura cubana.

Como este hermoso archipiélago está de moda todos parecen tentados a coquetear babeados tras la falda de la prostituta, que promete negocio fácil y lucrativos contratos, y de este modo prefieren ignorar que detrás de todo hay un pueblo sometido aún a un régimen de oprobio. A nadie parece importarle que se mantenga incólume la represión política y se avasallen todos los días de este mundo los derechos humanos de mi pueblo.

Pero deberían saber los señores que apoyan con tamaño entusiasmo esta línea de apertura incondicional hacia la dictadura cubana que mientras estas concesiones económicas no vengan acompañadas de una obligatoria apertura política nada será seguro para nadie, ni aún para ellos mismos, porque esta impunidad en la felonía es un bumerang que tarde o temprano se regresará contra ellos mismos, los hasta hoy potenciales inversionistas, si se atreven a apostar en metálico por un país sin garantías legales y constitucionales creíbles, algo que de momento no aparece en el tintero de la crápula castrista. Quien así proceda con certeza se percatará, tarde o temprano, de que ara en el mar de las estafas.

Por el terror que le infunde a los dictadores el afán de libertad del pueblo cubano, es precisamente que el régimen represor castrista veta cada iniciativa que implique una mejoría en nuestros estándares de vida, por mínima que sea. Porque los déspotas de La Habana no hablan otro lenguaje que el de la fuerza, y sólo se contentan con el sometimiento más absolutamente posible de mi pueblo a sus insulsos caprichos, por eso reciben con evidente ojeriza todo cuanto pueda empoderar al pueblo frente a ese abrumador y pérfido poder a que le somete; por eso la más reciente ofensiva represiva del régimen contra la disidencia, por eso la ola de actos de violencia y detenciones, nuevos allanamientos y amenazas de todo tipo durante las última semanas contra opositores pacíficos.

El recién estrenado Ministro del Interior cubano, General Fernández Gondín, parece en completa consonancia con su misión, pues evidentemente se está esmerando en cumplirla a cabalidad. Y mientras esto ocurre el mundo observa en cómplice silencio: en el Congreso de Estados Unidos se allana el camino para el levantamiento definitivo del embargo durante el próximo mandato presidencial, la Unión Europea igual tiene casi a punto el levantamiento de su Posición Común, y cada día es más larga y lastimosa la lista de acreedores estafados que decide perdonar a la dictadura cubana, y que de hecho ya le han condonado decenas de miles de millones de dólares, usados en su momento y en buena medida, por cierto, para atacar frontalmente a ese mismo capitalismo que hoy, como cándida colegiala, engañado una vez más le abre las piernas.

¿Por qué el ataque del Gobierno cubano contra las becas de World Learning?

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Por Jeovany Jimenez Vega.

En septiembre de 1995 tuve el privilegio de visitar París como parte de una de las muchas delegaciones que durante varios años envió la Unión de Jóvenes Comunistas a la capital francesa en el marco del Programa de Intercambio Juvenil “Pasaporte Mundo”, concebido por el Ayuntamiento del Departamento parisino Saint-Denis, que entonces contaba con mayoría comunista, para fomentar el intercambio entre jóvenes de París con otros de Estados Unidos, Canadá y Cuba. Para eso cada año se conformaban tres grupos de 200 jóvenes de cada uno de estos países que visitaban la capital francesa, y a su vez tres grupos de igual número de jóvenes parisinos que devolvían la visita.

En el caso de nuestra delegación la gira duró una semana, durante la cual asistimos a la célebre feria anual de la influyente publicación francesa L´Humanité, visitamos el Museo del Louvre, navegamos el Sena, disfrutamos de la impresionante vista panorámica desde la Torre Eiffel, visitamos el Museo de Cera y La Géode, una sala de proyección en 3D que me dejó estupefacto. Recorrimos París de punta a punta una y otra vez en cuestión de minutos en un metro extremadamente eficiente –para luego enterarnos que en esos días estaba el servicio “deficiente” ¡porque había una huelga de operarios! Ya divididos en varios subgrupos, según nuestros perfiles, visitamos hospitales y laboratorios clínicos, mientras otros visitaban la terminal del TGV, en ese momento el tren más rápido del mundo, pero que aún hace posible que alguien pueda vivir en París y trabajar todos los días a 500 kilómetros de distancia.

En 1995 estaba yo prácticamente en mitad de mi vida, y recién graduado era entonces un joven y ferviente militante comunista empeñado en construir quimeras. Luego el tiempo se ocupó de ponerlo todo en su sitio y vivencias dolorosas terminaron por convertirme en este que ahora soy, pero en aquel momento nada lastraba aún mi fe en la “revolución” de Fidel Castro. París quedó como un recuerdo que en lo personal siempre agradeceré, porque es hermosa la Ciudad Luz, es cierto, pero en buena medida también porque a los 24 todavía vemos el mundo pletórico de gratificantes colores.

Por todo esto no pude dejar de evocar estos recuerdos ante la noticia que circuló recientemente sobre el acoso de que fueron víctimas los jóvenes que viajaron a Estados Unidos bajo las becas de la Organización World Learning a su regreso a Cuba. Durante el tiempo que duró esa experiencia debieron conocer a jóvenes estadounidenses e hicieron sobre todo trabajo comunitario al estilo de esa juventud que les acogió. En muchos aspectos este intercambio debió resultar igual de gratificante para estos jóvenes de hoy como para mí aquella memorable visita hace dos décadas, y tal vez la experiencia como tal lo fue, pero su regreso a la patria no pudo ser más contrastante. Resulta que en cuanto pisaron La Habana estos jóvenes fueron tratados como auténticos criminales, interrogados e intimidados por la policía política como si portaran órdenes para perpetrar actos terroristas, e incluso amenazados al estilo de la vieja escuela en lo que debió ser para muchos algo bien traumático.

Ante una actitud tan aberrante no puedo menos que preguntarme ¿qué pasa con estos tipos? ¿Acaso estos animales no conocen límites? ¿Hasta dónde serán capaces de llegar en su enajenación? ¿Por qué enturbiar con semejante mezquindad algo que seguramente había sido tan gratificante? No pretendo caer en ingenuidades, ni en la candidez extrema de desconocer que durante las últimas cinco décadas Estados Unidos ha intentado por casi todos los medios a su alcance echar abajo el proyecto postrevolucionario cubano, negar esa evidencia histórica sería poco menos que ridículo, pero eso no justifica, a la luz de ningún análisis, esta cacería de brujas, y muchísimo menos en medio de un momento de distensión diplomática con Washington.

Conjeturemos: en efecto la inteligencia estadounidense intentó, y hasta logró reclutar varios agentes entre estos jóvenes; asumamos esta hipotética posibilidad como una certeza. Aun así, en el peor escenario, ni siquiera eso justificaría el despótico trato dado a todos esos muchachos, porque el gobierno y el sistema de espionaje cubanos cuentan con suficientes mecanismos para controlar potenciales intentos de penetración en un grupo tan pequeño y predecible. Evidentemente este no fue el móvil de esas citaciones e interrogatorios policiales, de todas esas infundadas amenazas. El objetivo de esta desatinada conducta no fue tampoco socavar información pues ¿qué pudieron ver o escuchar ellos que no sepan ya holgadamente en La Habana? Nada, es la respuesta.

Es evidente que el propósito de este absurdo es lanzar un mensaje más sobre una realidad que pasados dos años del descongelamiento con EE.UU. se hace cada día más patente, y parece decir: aquí nada ha cambiado, en Cuba seguimos decidiéndolo nosotros absolutamente todo, y cuanto se autorice y haga, incluido cada viaje de este tipo, tiene que pasar primero entre los testículos de Raúl Castro y compañía para ser debidamente autorizado por los jerarcas de la Plaza.

Esta indignante represalia sólo persigue desestimular semejantes iniciativas, intimidar a futuros candidatos y mantener el monopolio del Estado cubano sobre este tipo de flujos, que debería ser, teóricamente hablando, tan recíproco como desprejuiciado y sincero. Pero en ningún manual del mundo se establece que estas iniciativas tengan que estar sometidas a la decisión de los gobiernos. Becas, cursos e intercambios de este tipo son una práctica consumada y usual en el mundo entero, promovidos casi siempre por instituciones no gubernamentales. Que la dictadura haya privado a más de una generación de cubanos de acceder a estas sanas iniciativas en las más disímiles latitudes, Norteamérica incluida, ya es harina de otro costal, y se cuenta como una de las más dolorosas consecuencias de haber vivido bajo un régimen policial, algo que sólo comprende a cabalidad quien lo haya sufrido. Ver fantasmas detrás de cada cepa de plátano siempre fue una enfermedad endógena del castrismo y uno de sus ardides favoritos para justificar su absolutismo enfermizo.

Sin duda el acusado contraste entre aquel recibimiento que se nos profesara en 1995 y este de que ahora somos testigos también se debe, en esencia, al simple hecho de que aquel fue autorizado por el Gran Hermano, y este fue gestionado a expensas de una organización extranjera sin pedir –¡sacrilegio!– la autorización según lo establecido en los manuales dictatoriales. Y me pregunto: si los jóvenes a su regreso no portaban armas, bombas, esporas de ántrax, ni tecnología de espionaje ¿cuál es la paranoia?; si el Gobierno cubano no tuvo que invertir un solo centavo en la iniciativa –como sí tuvo que hacerlo al trasladar a cientos de gritones a la Cumbre de Panamá, por ejemplo– ¿cuál es el dolor?; si este intercambio de produce en medio de una distensión histórica que hace impensable una invasión armada, ya pasaron de moda las incursiones de terroristas ametrallando caseríos costeros o embarcaciones, y nunca fue más proclive a la concordia un Gobierno norteamericano en más de medio siglo, entonces ¿cuál es el problema?

¡Ah!… pero sucede que situaciones como esta develan el verdadero rostro de la diplomacia cubana, denuncian que su falsa postura de víctima fue usada desde siempre sólo para perpetuar su discurso de plaza sitiada; esta evidencia a la luz es una consecuencia predecible del descongelamiento. Ahora, en ausencia de la amenaza del viejo Sam preparando cañones para un asalto inminente, con los cinco espías en casa a buen resguardo y, por suerte, sin ningún balserito secuestrado por la “mafia” de Miami, cualquier excusa será construida y usada como nuevo pretexto para mantener la polémica por la polémica, no importa si es la causa de Ana Belén Montes, una vieja espía olvidada por las campañas proselitistas de los Castro –hasta que convenga desempolvar su caso para alguna nueva negociación– o un grupo de muchachos que regresan de una gira comunitaria por el norte brutal y revuelto “que los desprecia”. Hoy por hoy en La Habana todo vale con tal de mantener encendidas las teas de la guerra.