Por estos días asistimos al más reciente truco de prestidigitación castrista: acaba de anunciar el gobierno cubano que elimina aquella lista que definía las actividades autorizadas para ser ejercidas por el sector privado –llamado Trabajo por Cuenta Propia por fobia a esta palabra “maldita”– y en su lugar ha establecido otra donde más de 120 actividades permanecerán prohibidas para esa modalidad de gestión.
Enseguida salta el gatillo de la desconfianza cuando se vive en un país donde todo lo privado fue satanizado y todo fruto del trabajo individual estigmatizado, convertido casi en sinónimo de egoísmo e indolencia ante las necesidades comunes. Es cuando vemos que el mago con su artilugio hace desaparecer aquel listado absurdo de actividades permitidas y aparecer, como un prodigio, otro ¡de actividades prohibidas!, y ahí es donde despertamos, nos ponemos suspicaces, y nos preguntamos si no será acaso la misma mierda.
¿Cómo cambiará la actual dinámica del mercado laboral el haber eliminado una lista que pudo fácilmente ser publicada en la Europa de Carlomagno –porque todos los oficios autorizados tenían un franco perfil medieval– e implementar otra donde se siga vetando las profesiones propias del Siglo XXI que demandan formación universitaria –justo aquellas destinadas a tener un mayor impacto económico y social?
Si me preguntan diré que tal como están las cosas esa dinámica ha de cambiar muy poco, y que el impacto será muy escaso, o nulo, mientras el régimen de La Habana persista en sus confesas intenciones de coartar la gestión de la empresa familiar privada y castigar el éxito de su iniciativa.
Por supuesto no es gratuito el momento en que el gobierno cubano anuncia este alarde de apertura. El castrismo es un viejo zorro que sabe bien cómo y cuándo jugar sus cartas para lograr el mejor golpe de efecto; ya ha escuchado que a Jon Biden le ilusiona la idea de empoderar a Liborio y por eso en La Habana se liman los dientes. Alguien debe alertar al señor Biden de que eliminar aquella lista no fue más que una celada, una invitación a la ingenuidad de Washington para que se abra de piernas otra vez, una trampa que sólo servirá para que 10 millones de cubanos confirmemos, cuando pasen unos meses, que esta dictadura cuyos genes dictan una perpetua cruzada contra cualquier atisbo de individualidad nunca cederá al respecto.
Espero encontrar entre las más de 120 actividades sobre las que persistirá la prohibición a las principales profesiones, entiéndase la abogacía, las principales ingenierías, las de ciencias pedagógicas de más alta gama, de informática, y por supuesto todas las vinculadas a la Medicina y la Estomatología, así como todo lo que implique acceso a la gestión de finanzas. Pero más allá de eso, todos sabemos que en Cuba del dicho al hecho siempre suelen ir grandes tramos, y de nada valdrá esta “apertura” si el régimen insiste con la misma tozudez en boicotear al sector privado. Tómese como tímido botón de muestra la limitación del ejercicio de la Veterinaria a la atención de animales afectivos ¿? como si esta ciencia no fuera extensiva al resto del reino animal.
Si algo ha signado siempre al castrismo ha sido la demagógica inconsistencia entre lo dicho y lo hecho. Recordemos como el mago ayer me dijo que yo, campesino, sería dueño de la tierra que confiscó en nombre del pueblo, pero más tarde me obligó a asociarme en cooperativas y me privó de todos los derechos; me dijo que yo, pequeño emprendedor, podría administrar mi propio restaurant privado, pero enseguida me soltó los perros e interpuso tantas trabas que me hicieron desistir; me dijo que podría estudiar gratuitamente Medicina y en apariencia así fue, pero después trabajé durante décadas por 20 dólares mensuales, hice mil guardias gratis y en la misión oficial de colaboración en el extranjero me robó ¡con creses! toda aquella “gratuidad”; luego me aseguró que yo, trabajador en fin, ya podría comprar un auto, y para demostrarlo me ofertó carcasas chinas usadas en 35000 dólares.
Este mago, típico jodedor criollo, me dijo un día que yo, obrero humilde de este siglo, ya podía acceder a Internet, pero hasta hace prácticamente meses me obligó a conectarme bajo el sol en un parque, y hoy, ya más cómodo en mi casa, me cobra ¡el triple de mi salario! por 30 horas mensuales de pésimo servicio censurado. Este augur asegura que reformó la ley migratoria, cuando se reserva el derecho de permitirme salir de mi país o regresar a su antojo y me “regula” cada vez que quiere; en fin, un prestidigitador magistral este pillo que nunca te da la última en su juego surrealista donde nada es lo que parece; juego en el que no ganarás jamás porque nunca sabrás cuál as se guarda bajo la manga para, al final, siempre joderte de algún modo.
Joe Biden no parece impresionado con la evidencia aplastante de que la apertura Obama en nada empoderó al pueblo de Cuba, pero como el castrismo siempre ha apostado por crear una semántica propia para maquillar sus dislates ya nos tiene largamente acostumbrados al desenfrenado uso de eufemismos. El más acusado de todos sería el que, por su carácter fundacional, abonó el camino para la posterior entrada triunfal de todos los demás, y fue llamarle Revolución al desastre que le siguió a la guerra de liberación contra la dictadura batistiana.
Como revolución en términos históricos implica evolución, salto hacia adelante, progreso y conquistas sociales en beneficio del pueblo, redunda exponer aquí por qué la cubana dejó de ser una Revolución auténtica en cuanto Fidel Castro se pasó por el arco del triunfo las aspiraciones de mi pueblo y lo traicionó hasta atornillarse al poder, por lo que sigue siendo impropio llamarle revolución a este brutal retroceso hacia el Siglo XIX, provocado por una gerontocracia cuyo auténtico logro fue crear, en su fútil busca del “hombre nuevo”, a un ser anodino cargado de dobleces, capaz de traicionarse a sí mismo a cambio de un televisorcito chino.
Las revoluciones auténticas no duran 60 años, sino que una vez consumadas sólo pueden seguir uno de dos caminos divergentes: evolucionan de modo natural hacia un genuino Estado de Derecho, o en su lugar bogan inexorables hacia el pantano de la dictadura. Fidel Castro eligió el segundo trillo, y cuando el producto de su egolatría le estalló en el rostro, para disimularlo rebautizó a la criatura y decidió, con graciosísimo eufemismo, llamarle “Período Especial en tiempos de paz” a la peor pesadilla conocida bajo su régimen hasta los 90, por eso, y como hijo de gato siempre caza ratón, es tan natural que hoy Raúl Castro, por boca de su pelele, nombre “Período coyuntural” al irreversible agravamiento del moribundo; coyuntural cuando sabe que no tiene solución ni salida posible!!!???… ¡Cosas de prestidigitadores y locos!
Si en los 80 Fidel Castro llamó a su sarta de locuras e improvisaciones “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” –desesperada respuesta al inminente “desmerengamiento” socialista en Europa– entonces ¿por qué no llamarle hoy “Reordenamiento” a esta locura de subir salarios y precios indiscriminadamente, ignorando todas las máximas económicas modernas, sin ningún respaldo en la producción y la oferta –lo cual no hará más que agravar una inflación ya galopante.
Toda una locura, pero quien por su gusto muere, la muerte le sepa a gloria. Ahora bien, que nadie se llame a engaños, porque el mago, en su afán de deslumbrar a Biden, puede sacarse todavía más sorpresas de la chistera, aunque ya en esta Cuba tan anegada en desesperanza y hastío nadie le crea su cuento chino ni sus trucos de feria. Ya le pillamos la falsa al prestidigitador, conocemos sus traquimañas de esquina y estamos cansados de sus promesas de oro a cambio de espejos, de sus bagatelas para ingenuos turistas que no comprenden que algunos vicios nunca tendrán remedio.
Escrito por Jeovany Jimenez Vega
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