El testimonio de dos médicos cubanos que fueron inhabilitados para el ejercicio de su profesión durante más de cinco años por canalizar ante su Ministerio inquietudes salariales de 300 profesionales de la Salud Pública. El Dr. Jeovany Jimenez Vega autoriza y agradece la divulgación de toda opinión o artículo suyo aquí publicado.

Archivo para enero, 2018

Alejandro Castro Espín: ¿presidente para 2023?

La muy notable ausencia del Coronel Alejandro Castro Espín en la nómina de la Asamblea Nacional del Poder Popular no hace más que confirmar la sospecha de muchos analistas: el clan Castro apostó por continuar gobernando desde las sobras. Era un secreto a voces que el príncipe de la Plaza estuvo contemplado hasta hace relativamente poco por la élite de La Habana como una posibilidad real en caso de no contarse a la hora del cuajo con otro candidato lo suficientemente predecible y carente de carisma como para no representar en absoluto un riesgo a la vista del stablishment –alguien mínimamente presentable y capaz de asumir ante el mundo la mascarada de la “sucesión” castrista– pero una vez que el escáner garantizó la completa sumisión del delfín Díaz Canel a la línea dura de la Plaza ya estuvo listo el ajiaco para ser servido.

Muchos lo previeron. Yo en lo personal siempre dudé sobre las intenciones de Castro Espín como Presidente para 2018. Dar por sentado un paso así era subestimar la camaleónica capacidad de mimetismo de una dictadura como la cubana, que nunca ha necesitado exponerse de un modo tan burdo.

Desnudarse y mostrar a caja destemplada su real vocación dinástica es algo que no va con el estilo del clan de Birán. Esas serían patéticas vulgaridades que se esperarían de caricaturas como Kim Jong-un desde su cuartel de Pionyang, más no de los chicos finos de La Habana.

Aquí en el trópico los esbirros de mi pueblo han sido incomparablemente más creativos y sutiles. Para algo han dilapidado una considerable parte de nuestro patrimonio –el que no alcanzaron a esconder el Suiza– en armar uno de los más extensos y paralizantes aparatos de inteligencia del mundo –ahora en manos “casualmente” de Castro Espín– que les pronostica una tranquila temporada ciclónica para 2018.

Que Raúl Castro continuará gobernando la isla desde su puesto de Primer Secretario del Partido Comunista no lo duda ni el que asó la manteca; eso es algo ya escrito en la Biblia. Sin embargo pudiera parecer algo confuso para quienes evalúan desde fuera la realidad cubana y no comprenden que en este país nunca ha gobernado el Poder Popular, pues quien realmente corta aquí el bacalao es el Partido Supremo. Desde la sede del Comité Central el único partido legal en Cuba dicta por decreto todas las políticas del país, sin excepción, que luego son presentadas ante el “parlamento” más dócil e indecente del mundo y allí son ratificadas todas por cartomántica unanimidad.

Con esta farsa garantizada nadie debería dudar que a partir del próximo abril el gobierno real continuará siendo ejercido por Raúl Castro desde su puesto al frente del Partido Comunista. Después de todo para eso había amaestrado con tiempo a sus perros de presa: desde su estratégico puesto al frente de GAESA su ex yerno el General Luis Alberto Rodríguez López-Callejas hoy monopoliza dos terceras partes de la economía cubana mediante el control directo de las más grandes y lucrativas corporaciones del país –prácticamente todas gerenciadas por militares– y por otro lado su hijo, el susodicho Coronel Castro Espín, hace varios años es el principal depositario de cada secreto de las temibles inteligencia y contrainteligencia cubanas, con todo su enorme poder de penetración, amenaza y chantaje.

Visto el asunto en panorámica se llega a la obvia conclusión de que todo quedará en casa, y Raúl Castro se “retirará” del gobierno con las espaldas bien cubiertas. Por eso esta mafia no necesitará exponerse a la luz pública: para mantener un control absoluto bastará subir a escena a cualquier fantoche de trapo que instrumente la payasada ante el mundo.

Pudiera tratarse de Díaz Canel, de Esteban Lazo, o incluso de alguien tan gris como Bruno Parrilla, o igual habría sido posible de haberse convocado a los difuntos Enrique Arredondo, Teófilo Stevenson o Agustín Marquetti, daría igual, sería un detalle sin la menor relevancia porque ninguno, ni aquellos ni estos, decidiría absolutamente nada durante una bufonada que Cuba presenciará absorta durante los próximos cinco años.

Sólo pasado este tiempo, para las “elecciones” de 2023, quedarán debeladas las verdaderas intenciones del clan familiar, pues para entonces todo el aparato policial y propagandístico del poder sí será volcado a imponer progresivamente a Alejandro Castro Espín como sucesor al trono.

Quien quiera ver el cuadro más claro, échele agua. Tiempo tendrán para preparar su tinglado según las normativas de Castro Primero, habiendo pasado por Castro Segundo, con este bypass “democrático” de cinco años –llamado a convencer a los más ingenuos de que en Cuba nunca existió un socialismo dinástico al estilo de norcorea– hasta la consumación final y estratégica del plan: un tercer Castro presidente desde 2023, y con evidentes intenciones de perpetuarse ¿quién sabe si durante otros 50 años? en el poder.

Una vez comprendido esto, para calibrar la fórmula final basta añadir el clásico 0.5% de chivatos y represores estimado como suficiente en los manuales dictatoriales, y desperdigados por cada calle de esta islita; toda esa nata de inescrupulosos flotando en el estercolero del oportunismo y que jamás faltan en estas situaciones; así como las decenas de incondicionales generales jubilados y en activo cuidando sus parcelitas de poder, entre otras desgracias, todas emanadas del castrismo.

Recordemos a Martí: los malos sólo triunfan allí donde los buenos son indiferentes. Muchas otras variables influyen en esta dinámica, por supuesto, pero entre las más trascendentes, sin duda, se encuentran el inmovilismo y la indolencia de todas las generaciones actuales de cubanos, la desidia institucionalizada y la absoluta apatía cívica en que han hundido este país la ignominia y la codicia que todavía amenazan perpetuar algunos miserables sobre los restos extenuados de la nación cubana.