El testimonio de dos médicos cubanos que fueron inhabilitados para el ejercicio de su profesión durante más de cinco años por canalizar ante su Ministerio inquietudes salariales de 300 profesionales de la Salud Pública. El Dr. Jeovany Jimenez Vega autoriza y agradece la divulgación de toda opinión o artículo suyo aquí publicado.

Archivo para julio, 2017

Fe de errata para relatores especiales en Cuba.

Increíble, pero cierto. En apenas tres meses se han paseado por mi país dos relatoras especiales de la ONU, sin que ninguna de ellas ni siquiera simulara enterarse de las escandalosas violaciones a los derechos humanos practicadas por la dictadura más virulenta que ha conocido este hemisferio.

La última de estas infames en visitarnos, la filipina Virginia Dandan, acaba de abandonar La Habana encantadísima por los “triunfos” de la “revolución” cubana. Como su predecesora, la italiana Maria Grazia Giammarinaro, tampoco Dandan se apartó un milímetro de la idílica ruta preconcebida por las autoridades cubanas, y ni siquiera se tomó la molestia de preguntar por opositores vulnerados o por algún prisionero político, limitándose a repetir, como un clon de Bruno Parrilla, los presuntos méritos de la gerontocracia verdeolivo que somete a mi pueblo a un absolutismo tan descarado como sistemático y brutal.

No se percató de que si el castrismo habla de “educación” en realidad debe entenderse “adoctrinamiento político”, pues ningún padre en Cuba elige el tipo de enseñanza que recibe su hijo, ni puede evitar que éste proclame, bajo el sol de cada mañana –desde la inocencia de sus cinco años hasta que su niñez caduque– loas por el comunismo, después de lo cual este individuo está predestinado a ser, al menos en cuanto a intención de los Castro se refiere, propiedad vitalicia y exclusiva del Estado cubano.

Así mismo cuando la dictadura dijo “salud pública”, esta iluminada relatora en realidad debió escuchar “consultorios inmundos sin agua potable”, “amplios territorios sin cobertura de especialistas” –pues éstos fueron enviados por Raúl Castro a otros países para vampirizarlos a cambio de miles de millones– así como “policlínicos y hospitales derruidos” en medio de una caótica infraestructura logística plena de farmacias desabastecidas y necesidades insatisfechas.

El infaltable sufijo “gratuita” endilgado por el Gobierno cubano a la educación y la salud pública quedaría pulverizado ante las narices de la relatora con sólo asomarse a la puerta de cualquier TRD. Además, seguramente en sus edulcoraciones esos solícitos funcionarios también “olvidaron” decirle que en esas escuelas y consultorios médicos laboran profesionales obligados a sobrevivir con un promedio de 30 dólares mensuales, con toda una implícita carga de frustración y miseria, para después de más de cuatro décadas de trabajo quedar condenados a una miserable jubilación de 10 dólares mensuales –algo que debería ser entendido por cualquier relator como una auténtica humillación a su dignidad humana.

Pero qué se puede esperar de alguien presuntamente enviado a investigar el estado de los Derechos Humanos a un país de tan cuestionable reputación y una vez allí se limita a preguntar en las oficinas de los mismísimos autócratas y perpetradores si los garantizan. Porque en la práctica a eso se circunscribió toda la visita de la señora Dandan, alguien que en el colmo de su cinismo incluso aseguró desconocer la existencia de cualquier tipo de oposición política en Cuba, lo cual no puede evidenciar otra cosa que una inmoralidad a prueba de balas, o cuando menos un retraso mental severo.

Pero lo que realmente sorprende no es la capacidad de simulación de la dictadura de los Castro –algo en lo que han sido extremada y excepcionalmente buenos– o la desfachatez de esta señora. La primera es un hecho absoluto, demostradísimo con creces a lo largo de seis décadas, y lo segundo una evidencia incontestable. Después de todo si de algo nunca ha carecido este mundo es de tiranos, ni de corruptos dispuestos a lamer botas para luego recoger migajas, o jugosas tajadas según el rango del favor dispensado.

Lo sorprendente es que desde una institución mundial por antonomasia llamada a velar por los derechos inalienables y universales del hombre sea enviada una funcionaria con tan pocas luces, o de una moralidad tan cuestionable, como para no percibir en una Cuba gobernada durante más de medio siglo por un único puño –algo imposible bajo estándares democráticos– ninguna evidencia de abuso dictatorial.

Supongo que a su regreso, preguntada en su sede en New York, parecerá que la señora Van Van –disculpen, Dandan quise decir– volviera del paraíso. Después de todo, hasta su aséptica oficina en la ONU nunca llegará el crepitar de los huesos rotos ni el pútrido olor de los calabozos, allí no se percibirá la impotencia del prisionero político, la angustia de la madre, ni el grito del condenado. En tan distante latitud un opositor de la UNPACU apaleado, una Dama de Blanco sufriendo en prisión, un hogar allanado por turbas políticas, alguien detenido durante meses sin cargos o encerrado en prisión por años mediante un juicio amañado, no serán más que fantasiosas habladurías de periodistas sin academia o de algún que otro blogger irreverente, banalidades criollas a la vista de Dandan cuando las compara con las “grandiosas conquistas” de este inmaculado Gobierno cubano, nada que no pueda ser adjudicado, a fin de cuentas, al incruento “bloqueo yanqui”.

No es gratuito que esta visita se produjera precisamente en medio del retorno a las viejas posiciones en el diferendo Cuba-EE.UU. y justo cuando la Unión Europea, al menos teóricamente, acaba de dejar claro que desde ahora todo paso serio estará supeditado a gestos inequívocos de la isla en materia de derechos humanos –un tema que no estuvo ni siquiera contemplado en la agenda de la Relatora Especial de Derechos Humanos de la ONU (¿¡¡!!?) durante su tour por La Habana.

Esta evidencia no hace más que confirmar una crudísima realidad ratificada otra vez por la Historia: mi pueblo parece estar solo en medio de su desgracia; ya nada debe esperar de nadie en medio de un mundo tan indolente. Cada día se hace más evidente –lo digo con el corazón sangrando– que nuestra libertad dependerá exclusivamente de cuanto dolor estemos dispuestos a pagar por ella. Mejor que así sea.

Ver: La trata de profesionales en Cuba a la vista de una Relatora Especial