El testimonio de dos médicos cubanos que fueron inhabilitados para el ejercicio de su profesión durante más de cinco años por canalizar ante su Ministerio inquietudes salariales de 300 profesionales de la Salud Pública. El Dr. Jeovany Jimenez Vega autoriza y agradece la divulgación de toda opinión o artículo suyo aquí publicado.

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Por Jeovany Jimenez Vega.

Apenas se habían enfriado las turbinas del Air Force One después de la histórica visita del Presidente de Estados Unidos a La Habana, y ya el canciller cubano Bruno Rodríguez anunciaba la reacción oficial del Gobierno de Raúl Castro, que en menos palabras aquí parafraseo: “La visita del Presidente Obama fue un ataque a la nación cubana”. Luego, durante los meses siguientes Abel Prieto también se erigió en autorizado vocero con relación a la dinámica estrenada –sólo públicamente– por la Plaza de la Revolución frente a la Casa Blanca. De este modo, desde su posición de Ministro de Cultura este gendarme de nueva generación del inmovilismo castrista, a la vez que deja claro que La Habana sigue sin creer en lágrimas, ha evitado a su jefazo el General-Presidente hacer declaraciones demasiado frontales personalmente que tal vez le resulten algo incómodas en medio de la fase edénica del idilio.

Como es evidente, Raúl Castro y compañía han optado por la vieja táctica de mantener las cosas elocuentemente claras, mediante inequívocas declaraciones de funcionarios-voceros destinados con este fin, sobre cuál sigue siendo su postura –entiéndase la más vertical intransigencia– a la vez que se han evadido, siempre que ha sido posible, las declaraciones directas del General –bien aconsejado al respecto y consciente de su escaso carisma personal, su rescindida oratoria y su limitadísima capacidad de convencimiento.

Pero Abel Prieto –ahora versado en actos de repudio junto a la chusma “no gubernamental” desde la Cumbre de Panamá– como tantos otros papagayos oficiales –incluido Bruno Rodríguez, por si él mismo no lo sabía– no son más que peones fácilmente prescindibles, por eso nunca valdrá la pena detenerse en personajillos como estos; mejor dejemos a un lado el ardid del mensajero para dilucidar mejor la esencia del mensaje.

Cuando el establishment político de los Castro equipara el empoderamiento del pueblo cubano con un ataque a su gubernatura no hace más que develar el auténtico carácter de sus intenciones reales, que nunca han sido otras que mantenerse a ultranza en el poder, a cualquier precio, cueste lo que cueste, y para eso han empleado consumadamente todo medio posible, no importa cuán desatinado, improcedente, ilegal, inmoral o mezquino haya podido llegar a ser.

En ese desmedido afán del clan Castro por mantener el poder a toda costa no habría nada de malo de no ser por el simple y medular hecho de que todas y cada una de las fórmulas concebidas para así lograrlo pasan por mantener a este pueblo sumido en la más grotesca pobreza. Para constatarlo bastará con releer las conclusiones del recién realizado VII Congreso del Partido Comunista de Cuba.

Por eso cada propuesta de Estados Unidos, o de cualquier otro gobierno o entidad, siempre encontrará la más hermética reticencia del Gobierno cubano si incluye cualquier posibilidad de traer prosperidad a mi pueblo, porque la dictadura cubana precisa de nuestras carencias materiales y de nuestras miserias espirituales para sobrevivir como precisa el gusano de su pútrida carroña.

El asunto es bastante simple: los represores saben muy bien que sería mucho más difícil someter a un pueblo económicamente solvente, henchido de pujantes y elevados planes y por lo mismo más consciente de sus potencialidades. Como es natural, a un pueblo así se le dibujaría nítidamente un futuro más promisorio, y anhelaría enseguida esa otra Cuba hoy apenas sospechada, plagada de oportunidades, ese mismo futuro que por más de medio siglo ha secuestrado este infame engendro de los Castro.

Para evitar la llegada de una Cuba semejante el régimen despliega en las calles de mi país, cada día con mayor encono, todo un ejército de esbirros y vulgares represores que amedrentan, amenazan o golpean impunemente a disidentes y acosan incluso a sus familiares y amigos, que apalean y detienen arbitrariamente a opositores pacíficos o los encarcelan sin cargos durante meses o años, que asedian la sede de organizaciones cívicas independientes, allanan viviendas y confiscan bienes personales por el hecho apenas natural de que alguien ha decidido ejercer su auténtico derecho de reunión y a la libre expresión de pensamiento.

En cierto sentido sería incontestable la lógica que sostiene la política de apertura de la administración Obama con relación a La Habana: a mayor empoderamiento del pueblo, mayores posibilidades tendrá de conquistar sus libertades políticas. Pero hay un detalle esencial, un escollo imposible de desestimar interpuesto en el camino: la absoluta impunidad que parece haberle otorgado el mundo a la dictadura cubana.

Como este hermoso archipiélago está de moda todos parecen tentados a coquetear babeados tras la falda de la prostituta, que promete negocio fácil y lucrativos contratos, y de este modo prefieren ignorar que detrás de todo hay un pueblo sometido aún a un régimen de oprobio. A nadie parece importarle que se mantenga incólume la represión política y se avasallen todos los días de este mundo los derechos humanos de mi pueblo.

Pero deberían saber los señores que apoyan con tamaño entusiasmo esta línea de apertura incondicional hacia la dictadura cubana que mientras estas concesiones económicas no vengan acompañadas de una obligatoria apertura política nada será seguro para nadie, ni aún para ellos mismos, porque esta impunidad en la felonía es un bumerang que tarde o temprano se regresará contra ellos mismos, los hasta hoy potenciales inversionistas, si se atreven a apostar en metálico por un país sin garantías legales y constitucionales creíbles, algo que de momento no aparece en el tintero de la crápula castrista. Quien así proceda con certeza se percatará, tarde o temprano, de que ara en el mar de las estafas.

Por el terror que le infunde a los dictadores el afán de libertad del pueblo cubano, es precisamente que el régimen represor castrista veta cada iniciativa que implique una mejoría en nuestros estándares de vida, por mínima que sea. Porque los déspotas de La Habana no hablan otro lenguaje que el de la fuerza, y sólo se contentan con el sometimiento más absolutamente posible de mi pueblo a sus insulsos caprichos, por eso reciben con evidente ojeriza todo cuanto pueda empoderar al pueblo frente a ese abrumador y pérfido poder a que le somete; por eso la más reciente ofensiva represiva del régimen contra la disidencia, por eso la ola de actos de violencia y detenciones, nuevos allanamientos y amenazas de todo tipo durante las última semanas contra opositores pacíficos.

El recién estrenado Ministro del Interior cubano, General Fernández Gondín, parece en completa consonancia con su misión, pues evidentemente se está esmerando en cumplirla a cabalidad. Y mientras esto ocurre el mundo observa en cómplice silencio: en el Congreso de Estados Unidos se allana el camino para el levantamiento definitivo del embargo durante el próximo mandato presidencial, la Unión Europea igual tiene casi a punto el levantamiento de su Posición Común, y cada día es más larga y lastimosa la lista de acreedores estafados que decide perdonar a la dictadura cubana, y que de hecho ya le han condonado decenas de miles de millones de dólares, usados en su momento y en buena medida, por cierto, para atacar frontalmente a ese mismo capitalismo que hoy, como cándida colegiala, engañado una vez más le abre las piernas.

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